Cristina Rihuete es profesora de Prehistoria en la Universidad Autónoma de Barcelona. Estudió arqueología en la Universidad de Barcelona y un postgrado en Chicago, especializándose en antropología física con su tesis sobre la Cueva de Es Càrritx.
Junto con Vicente Lull, Roberto Risch y Rafael Micó, forman el grupo de investigación ASOME-Arqueoecología Social Mediterránea, cuyo principal objetivo de estudio es la reconstrucción de la dinámica social, económica y ecológica de las sociedades que habitaban la cuenca occidental del Mediterráneo a lo largo de la Prehistoria tardía, entre el III y el I milenio a.C.
Sus investigaciones se han centrado principalmente en Baleares y el Sureste de la Península Ibérica. Entre los yacimientos investigados están el asentamiento talayótico de Son Fornés (Mallorca), las cuevas pretalayóticas de Es Càrritx, Es Musol y Es Forat de ses Aritges (Menorca), la naveta funeraria de Ses Arenes de Baix (Menorca), y los asentamientos y cementerios argáricos de Gatas y Fuente Álamo (Almería) y La Bastida, Tira del Lienzo, Cerro del Morrón y La Almoloya (Murcia).
¿Siempre tuviste claro que querías ser arqueóloga? ¿Cómo surgió tu pasión por esta disciplina?
En mi familia, como en tantísimas otras de la época, nadie había ido a la universidad. Mi madre hizo lo imposible para que eso acabara, inculcándonos la pasión por conocer, por descubrir. Y la arqueología es eso en estado puro. Fueron las pirámides de Egipto las que me engancharon cuando aparecieron en el temario del instituto.
¿Cómo surgió la conexión con la cultura talayótica de Menorca?
Mi vinculación con Son Fornés desde finales de los años 80 hizo que me interesara por la prehistoria de Menorca, tan parecida y, a la vez, tan diferente de la de Mallorca.
Fuiste parte del equipo que llevó a cabo las excavaciones en la Cueva de Es Càrritx tras su descubrimiento e hiciste tu tesis doctoral sobre esta cueva funeraria. ¿Cómo recuerdas esos momentos?
El trabajo en la Cueva de Es Càrritx fue un reto fabuloso para nuestro equipo. Es muy raro encontrar un depósito funerario prácticamente intacto, con objetos arqueológicos tan excepcionales y tan maravillosamente conservados. Nos obligó a diseñar una metodología de excavación a la altura de la singularidad de la cueva y, también, a probar nuevas formas de analizar y conservar los materiales arqueológicos en colaboración con especialistas de disciplinas tan diversas como la geología, la bioquímica o la genética. Los cuatro años que viví en Ciutadella fueron de una intensidad formidable. Ya ha pasado un cuarto de siglo, pero los recuerdos de aquella época siguen siendo eléctricos.
Aunque su descubrimiento fue en 1995, Es Càrritx está de plena actualidad con vuestro último estudio, que ha resultado en la primera prueba directa en humanos del uso de sustancias psicoactivas en Europa. ¿Cómo ha sido el proceso de este estudio? ¿Desde cuándo estaba en marcha?
Es Càrritx ganó fama internacional por el depósito de cabellos humanos conservado en una de sus salas más recónditas, junto al instrumental empleado en un complejo ritual funerario basado en el peinado, teñido y cortado de mechones que se guardaban en unas fascinantes cajitas hechas con madera, hueso y cuerno. Aprendimos muchas cosas de este depósito, pero muchas otras siguen siendo un enigma, como el número de personas a las que corresponden los mechones, su sexo y edad, o la propia sustancia con la que se elaboraba el tinte.
La posibilidad de aprovechar los cabellos para indagar sobre el consumo de drogas se la debemos a Elisa Guerra Doce, de la Universidad de Valladolid, que es una autoridad en la materia. Fue en 2015 cuando nos propuso probar en los cabellos de Es Càrritx los procedimientos que Hermann Niemeyer, de la Universidad de Chile, había ensayado con éxito en muestras de la arqueología andina. El tiempo transcurrido da cuenta de la dificultad y complejidad del estudio, pues además de identificar alcaloides específicos era necesario garantizar que los análisis se pudieran replicar.
¿Qué os ha llevado a pensar que podría tratarse del pelo de un chamán?
La hipótesis se basa en varias líneas de evidencia. Por un lado, dos de las tres sustancias identificadas son potentes alucinógenos que actúan sobre el sistema nervioso central alterando la percepción, el estado de ánimo, la cognición y el comportamiento. Sabemos también que su consumo fue continuado y, dada la toxicidad de estas sustancias, cabe imaginar un conocimiento muy especializado en la inducción deliberada de estados alterados de la conciencia, que es una característica del chamanismo. En Menorca tenemos evidencias del uso ritual de cuevas cuyo acceso podía ser extremadamente peligroso, como la Cueva de Es Mussol, y que denotan ceremonias de tipo adivinatorio o propiciatorio en las que intervenían figuritas con forma híbrida, mitad humana, mitad animal, y que también podemos relacionar con prácticas chamánicas.
Finalmente, la cajita de la Cueva de Es Càrritx que contenía los cabellos analizados estaba decorada con motivos de círculos concéntricos, típicos también de otros grupos arqueológicos de diferentes épocas, y que suelen interpretarse como un símbolo de la dilatación de las pupilas que se produce al ingerir sustancias que permiten “abrir el ojo”, abrir la percepción o el conocimiento interior, y que, nuevamente, podemos relacionar con el chamanismo.
¿Barajáis alguna hipótesis de porqué los talayóticos escondieron los cabellos tras pintarlos y cortarlos?
Creemos que la ocultación de los elementos de este peculiar ritual funerario se debe a una crisis profunda en los sistemas de creencias de la sociedad menorquina que coincidieron con el cese de ceremonias funerarias ancestrales.
¿Qué otras vías de estudio sobre los talayóticos abre vuestra investigación?
Esperamos que este tipo de análisis pueda replicarse en otros proyectos de investigación que, con posterioridad al de Es Càrritx, también han recuperado cabello, como en su día la Cueva de Es Pas y, más recientemente, la Cueva de Biniedrís, donde ha podido precisarse que los mechones fueron teñidos con ocre. La diversidad de contextos y, en su caso, cronologías, podría enriquecer las perspectivas que ha abierto esta línea de investigación.
Como investigadora, ¿cuáles son los proyectos arqueológicos de Menorca que sigues con más atención?
Por escala, complejidad, y justicia histórica al ciclopeísmo menorquín, sin duda destacaría Cornia Nou y los trabajos en los diferentes círculos de Torre d’en Galmés. También merece especial atención la investigación reciente en Cala Morell, que debemos a la originalidad y buen hacer del proyecto Entre Illes, así como las interesantes perspectivas que han abierto las campañas realizadas en Sa Cudia Cremada.
A principios de este mes recibíamos la noticia del aval de ICOMOS a la candidatura de Menorca Talayótica, dejando el camino despejado para ser declarada Patrimonio Mundial. ¿Qué retos crees que tiene MT por delante, más allá de conseguir este reconocimiento?
El mismo reto que tenemos como sociedad: preservar el legado de los pueblos que nos precedieron para que las generaciones futuras puedan seguir aprendiendo de él. Nuestra especie tiene un tesoro ilimitado que reside en la capacidad de crear y de autoconocerse, de vivir varias vidas gracias a nuestra facultad de saber y traspasar conocimiento. Eso es riqueza y herencia de la buena. Y no solo intangible, también material. Visto así, el verdadero reto reside en que los beneficios de los tesoros colectivos sean igualmente colectivos.